Pishutu pishitu ggrrrrrrrr


Nunca, pero nunca, nunca jamás de los jamases vuelvo a acariciar a un perro por más que tenga cara de no te muerdo y cuando menos te lo esperas ñácate el desgraciao se quiere hacer con un pedazo de arol para el guiso de la noche.

En el Líder de Seminario con Rancagua la gente estaciona sus cuadrúpedos en la entrada. Los llevan con soguita y los deja ahí. Imagino que las viejas se creen una especie de Clint Eastwood amarrando al bicho en un caño y entrando muy campantes después de decirle “quédate ahí”. ¿ dónde va a ir si lo dejó con un amarre de marinero al pobre?


El arol, perro que ve, perro al que le da una acariciada y le juguetea un rato acompañado de palabras de bebés tales como “pishitu pishutu, venga venga, bunituuu, tikiti tikiti tikiti, chau nos vemos”. Y lo deja.


Pero ahora el destino perruno se puso en contra. Pishitu pishitu y zácate que se mandó el mordiscón el maldito. El miedo, el susto y la cobardía hicieron que saque la mano antes de tiempo y deje mi chaquetita en boca jugosa del malcriado.


Además ni siquiera era de marca. Era el típico negrito rango calle que cae de repente en familia adinerada y se cree la estrella. Era el Roberto Dueñas de los perros.


Mucho para decir que me mordió un perrito pulgoso. Sí, sí. Ahora es mi chaqueta la que ostenta las marcas de la batalla y yo, nunca, pero nunca más, acaricio a uno por más cara de angelito que tenga.

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