La ópera emplumada


Me sucede siempre: Cada vez que escucho una ópera pienso en las mismas cosas, en las galletas que se llamaban así que comía cuando era pequeñito, en esto y en lo otro hasta que termino pensando que quien canta la ópera es una gallina y que si no la canta una gallina muy mal hacen los productores operísticos del mundo porque lo que realmente tendría éxito sería una gallina cantante de ópera.
Ya me lo imagino, entra un pato (porque por cuestión de jerarquía tiene que ser un pato) haciendo clap clap con sus patotas y comienza: “Esta noche veremos a una cuac cantante sin precedentes, una plumífera que ya prometía desde su hueventud, con ustedes, señoras y señores: Catalina, la ópera en una Gallina”.
Y ahí entra pomposa la gallineta con su culo emplumado de aquí pa’lla doblando la rodilla hacia atrás y agitando un poco el ala (porque las gallinas de buenas familias sólo agitan un poco el ala) y comienza: laaaa laralala laaa laralalalaaaalalalalaaaaaa ooooohhhh
Pero siempre que la ópera llega al mismo lugar insisto en mi cabeza (que pa esas horas está más racional que nunca) que una ópera con una sola gallina no alcanza, así que necesita compañía. Y entonces entra: “El Coro Pipío”.
Este coro está compuesto por unos seis a ocho emplumaditos que han dejado de ser huevo pocos días antes y aprendieron a cantar en un curso veloz que siguieron en la escuela de “Los Gallos Cantores del Tirol”.
Y luego de oír la ópera con los ojos cerrados pienso que nada tiene que hacer Monserrat Caballé o Anna Netrebko junto a Catalina, la ópera en una Gallina” o “El Coro Pipío”.


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